sábado, 30 de abril de 2011

El camino cuesta abajo

Realizar el Camino de Santiago es algo que muchos españoles se proponen en algún momento de su vida. Hermosos paisajes, meditación, espiritualidad, desconexión con el trabajo... Son muchos y variados los motivos por los que el peregrino realiza este antiguo viaje, con siglos de existencia. Mas los primitivos peligros que asolaban antes el recorrido, como los bandidos y saqueadores, animales salvajes, o las inclemencias del tiempo, están dejando paso a un enemigo mucho más poderoso y destructivo: el destino turístico.

El espíritu del peregrino aún sigue vigente durante el Camino, pero no se sabe hasta cuando. La llegada del típico dominguero al santo recorrido hace peligrar la idea original. Ahora el turista no debe acarrear con el peso de su equipaje, ya que existen empresas de apoyo que transportan la mochila, aligerando la carga y aliviando la espalda y los pies. Estos peregrinos, más bien paseantes, llegan frescos y rápidos a su destino, ocupando en ocasiones el lugar en el albergue que debería tener un cansado peregrino. Aquí se presenta uno de los primeros problemas: si se tiene dinero para que lleven el equipaje de uno, seguro que se puede permitir alojamientos más caros. Los ayuntamientos conocen estas prácticas, así que retrasan la entrada de estos grupos.

Pero la picaresca también entra en juego. Los paseantes salen del camino con las mochilas al hombro y al kilómetro una furgoneta les recoge el equipaje, para devolvérselo de nuevo a pocos metros de su destino, para aparentar que han venido cargados con este toda la etapa.

Hosteleros y administraciones no se libran del virus del turismo. Los precios de los restaurantes se han disparado, ofreciendo el irónico “menú del peregrino” en casi todas las paradas, por el modesto precio de diez euros aproximadamente, lo que puede costar un menú en cualquier ciudad importante. Además, si el caminante pide un bocadillo, obtendrán por respuesta que no se realizan por excesiva afluencia de gente, aunque sean cuatro gatos los que están en el local. Esto, unido a la dificultad de encontrar supermercados económicos y las evidentes dificultades que se encuentran en los albergues para elaborar platos simples, elevan el presupuesto de forma exagerada. Las cocinas que nos encontramos en el recorrido suelen estar carentes de todo menaje, lo que obliga al viajero a acudir a los restaurantes antes citados. Las administraciones han retirado o recortado las subvenciones, aportadas alegremente durante los años Xacobeos pero olvidadas al poco tiempo. Por ello, muchos albergues han pasado a ser de pago o han
aumentado su precio.

La acogida del hospitalero es de los más importante en el camino. En la parte gallega casi todos los albergues son atendidos por funcionarios, mientras que en otras partes del recorrido son voluntarios los que ofrecen su servicio. No es necesario explicar la diferencia entre llegar a un establecimiento donde soliciten el dni nada más entrar por la puerta y otro, como el de Ponferrada, donde quitan el peso de la espalda del peregrino para que Jesús, el encargado, reciba a cada uno con un gran abrazo cargado de cariño. Como decía Pedro, un peregrino almeriense, están matando a la gallina de los huevos de oro.

La proliferación del dominguero es más peligrosa para el Camino de lo que parece. Suelen ensuciar el terreno y no son conscientes del significado real del viaje. Lo realizan sin planificar y sin disfrutar del entorno y su historia. Muchos se dedican a robar el escaso mobiliario o menaje que pueda existir en los albergues para el uso gratuito de los peregrinos. Incluso molestan a otros usuarios, haciendo mucho ruido durante la travesía o entrando a horas intempestivas en los lugares de hospedaje. Esto se ve incluso en alguna sesión previa informativa, cuando explican los deberes y el significado del peregrino. Algunos de los presentes, portando siempre la verdad absoluta, se atreven a llevar la contraria en sus consejos a expertos veteranos que se ofrecen a ayudar para facilitar el trayecto, e incluso realizan exigencias a los voluntarios, dando por hecho
privilegios inexistentes.

A pesar de ello, parte del espíritu sigue vigente. Es agradable compartir experiencias y medios con otros viajeros, recibir apoyo de gente desinteresada, hacer amistades, dejarse llevar por el silencio de los bosques, encontrarse con uno mismo y enfrentarse a sus limitaciones... Por lo general el alma del peregrino se mantiene más viva en los extranjeros, solitarios trotamundos que se dejan inundar por la buena fe y la hermandad que produce el Camino. Entrar en Santiago con una mochila al hombro proporciona de inmediato un estatus interior no reconocido, pero que llena al individuo de una sensación de triunfo indescriptible. Los pies destrozados y las piernas cansadas del peregrino quedan rápidamente olvidados ante la belleza de la catedral y la sensación de haber conseguido algo prodigioso, sintiéndose más grande, pero a la vez más humilde y consciente de lo que le rodea antes de comenzar a caminar.

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